La cana
Y entonces, ahí estaba mi juventud, atrapada en una hebra de pelo que señalaba el sendero de los “tones” (cuarentones, cincuentones…), que cada vez se haría más angosto, y no, no era el típico hilo albino que te encuentras en la cabeza o en la barba y que con algo de nostalgia simplemente te quitas, acompañado por alguna sonrisita de consuelo. No, este era cruel, perverso, escoltado por la imagen espectral de la muerte, cuya guadaña tenebrosa la señalaba como mi primera cana testicular.
Federico Ochoa