Desperté solo, adolorido y sin poder pronunciar palabra. No sabía dónde me hallaba. Por un momento pensé que las estadísticas se habían confabulado en mi contra y que ya formaba parte del ínfimo porcentaje de quienes, debido a la cirugía, quedaban disminuidos para siempre.
Me mantuve en ascuas hasta que la cara de mi esposa apareció, y luego de rozar sus labios con los míos, mostró la pícara sonrisa que yo tan bien conocía y me susurró al oído: “Todo está bien, mi amor. La circuncisión fue todo un éxito”.
Luis Gutiérrez González