Microlecturas
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American express
Su rostro tiene profundos surcos esculpidos por un viento que lo azotó con crueldad.
Lleva puesto un sobretodo, y lo llamo así, porque ese abrigo viejo cubre todo lo que tiene.
Miró hacia atrás y arrastró sus pies por el andén para tomar el próximo expreso que lo llevará a ningún lugar.
Patricia Licciardi
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La turista
Ella, después de andar y buscar, por fin había encontrado una playa tranquila, libre de turistas y vendedores necios que la fueran a molestar, extendió la enorme toalla sobre la arena, buscó en su bolsa de tela el bronceador y se lo aplicó en el cuerpo. Se acomodó el bikini, las grandes gafas de sol y recogió su extensa cabellera para que cupiera dentro del anchísimo sombrero. Suspiró su calma y se acostó para asolearse.
Don Carlos, un pescador de la región, coqueto por vocación y mujeriego sin culpa, arrimó su vieja chalupa en la playa, agarró la atarraya vacía porque no hubo pesca y comenzó a caminar y a cantar por la orilla del mar, a pesar de la escasez, hasta que vio a la hermosa mujer descansando, como un elemento más de aquella bella postal, entonces, se acomodó la vestimenta y carraspeó sin consideración. La mujer al darse cuenta de que era observada, se incorporó para ver quién era y el viejo pescador, lanzó su sonrisa presumida y le comenzó a cantar un vallenato:
“Mírame fijamente hasta cegarme.
Mírame con amor o con enojo.
Pero no dejes nunca de mirarme.
Porque quiero morir bajo tus ojos…”
Entonces, la turista, dejó ver sus ojos brillantes y su extensa cabellera, que se retorcía y que se movía con vida propia, y miró al pescador, que con su sonrisa infantil y la melodía de su canción, poco a poco se fue convirtiendo en piedra.
La mujer suspiró resignada por su maldición, recogió sus cosas y se fue a buscar otra playa.
Federico Ochoa
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Políticamente correcto hasta el final
El maquillista pasó el lápiz delineador por la ceja del hombre y dibujó un arco perfecto.
—Coloca más polvo en mis mejillas.
—Lo que usted diga.
—¡Maravilloso! —dijo el cliente, sosteniendo el espejo—. No se percibe el agujero de bala en mi frente.
—Es un honor trabajar para el presidente de la nación.
—Ya dejé de ser presidente.
—Oh, cierto.
—¿No me tienes miedo?
—No, señor. Llevo más de veinte años preparando cadáveres y de vez en cuando converso con uno que otro.
—Endereza mi nariz, muchacho. No quiero que mis enemigos políticos me vean derrotado dentro de mi ataúd.
Servando Clemens
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Bella histeria
Se levanta el telón, ingresan los músicos y se acomodan.
En un camarín ha quedado el delicado bouquet de camelias junto a una tarjeta.
El hombre del primer palco la espera, siempre allí, función tras función.
Hace su entrada la solista de violoncelo; le han preparado su lugar adelante y en el centro del escenario; ella pasea la vista por los palcos más próximos y encuentra su atractiva víctima, simula querer acondicionar mejor el instrumento y lo acomoda de tal modo que quedarán: él allí, cercano, a la derecha y ella allí, cercana, en un costado.
Sonríe apenas y saluda con una leve inclinación.
Fija en él la mirada penetrante, la boca entreabierta, la lengua acaricia y humedece los labios de rojo intenso, dejándolos brillantes y húmedos. Ha tirado un nuevo anzuelo, el pez vuelve a picar.
Falda larga abierta a los costados, las piernas separadas abrazan el instrumento. Comienza el concierto.
En los momentos orquestales ella continúa su mejor acto: la seducción.
Se inclina demasiado, sabe que el escote, gran aliado, mostrará lo necesario.
Ejecuta los solos abrazando el chelo con sensualidad estudiada.
El hombre, inquieto, no logra acomodarse. Y en un ensamble perfecto con la música, al unísono con el crescendo final, culmina.
Edith Vulijscher
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Diálogo mortal
La triste Muerte le hablaba así:
—¿Por qué segué la Vida de alguien tan bueno?
Entonces, la Vida, con quien hablaba, le contestó:
—¿Por qué no di Muerte a los monstruos?
Samir Karimo
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Arte efímero
¡Qué poeta, Anacleto Males!, el menor de los Males, casao con Ambrosía Lustrosa, fea como apoyar la mano en un sapo, pero güena cocinera.
Anacleto escrebía en sopa e’letras. Ambrosía la servía siempre y él, asegún el hambre, hacía dos o tres versos. Un día, a falta de letritas, su mujer usó cabello di’ángel. Anacleto miró aquello confundido, agarró un escarbadiente y jué doblando fideos en letra manuscrita… ¡Una preciosidá e’caligrafía! Estaba por terminar y ¡zás!: la Ambrosía pecha la mesa y le revuelve el caldo… ¡Pobre Anacleto! Era poeta, ¿vio? Su corazón tierno no aguantó. Cayó de jeta contra el plato y, con el último estertor, escupió un fideo que jué a dar a la mesa medio enroscao. Usté dirá que miento, pero le juro por el verso libre, que aquel fideo era su firma mesmamente.
Álvaro Díaz
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Tzimtzum
Tzimtzum Era un punto infinito... acaso una linealidad eterna vista desde un extremo o quizás y solo quizás, el rastro de un ser superior de otra dimensión retirándose a su escondite para poder dejar existir a su creación. Sea lo que fuere, era el origen y el final de todo lo que conocemos y los científicos le apodaron Big Bang.
Eréndira Corona
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Arde Madrid
Lo despertó un olor agrio a goma quemada. Abrió la ventana… Madrid ardía por completo. De inmediato se dejó escuchar el llanto de su hija menor y la risa cínica de su primogénito.
No lo dudó un instante: salió de la habitación a toda carrera, bajó los escalones de a tres en tres y en menos de un minuto llegó al jardín de la casa.
El contraste de las reacciones ante el cálido evento lo paralizó. La niña, impotente ante el espectáculo, moqueaba. A pocos pasos de ella el niño reía con ganas, señalando con sus índices el llameo de Madrid.
Al ver la caja de cerillas en el suelo entendió la situación: la hora de la venganza había llegado.
Revivió entonces la escena de días atrás, cuando la pequeña, por encontrarlo desagradable y feo, descabezó a Barcelona, el muñeco preferido de su hermano.
Luis Gutiérrez González
El artesano
―
Si tuviera diez años menos te compraba esos ojos.
―Estás a tiempo mi amor.
Continuó caminando, sonriente, otros artesanos se acercaban presurosos a ofrecerle su mercancía, ella no podía dejar de asombrarse por ese comentario que, como pronunciado por otra persona, había brotado directo desde su pensamiento hacia su boca. Pero esos ojos celestes, profundos, transparentes...
Bola de sebo

Guy de Maupassant
Francia, 1850 - 1893
Cuento publicado en la compilación de Émile Zola "Les Soirées de Médan" (1880).
No dejaré que me dejes
—¡
Lo sabía! ¡Estaba segura de que me engañaba! ¡El muy sinvergüenza! Pero no le va a ser fácil desprenderse de mí. Voy a luchar por él. Voy a…
Estas palabras fueron pronunciadas por una señora de la clase media acomodada que intentó por todos los medios retener a su marido...
El vuelo de la mariposa
«...El vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar».
Pedro Calderón de la Barca
Se había despertado.
Pero no abrió los ojos, recobró, eso sí, la ilusión de la conciencia en medio de la noche, rodeado de una sensación extraña. Debía permanecer inmóvil, tendido a la deriva entre las olas blancas de las sábanas, perfilando el ritmo de una respiración pausada, tratando de...
El pianista del cine mudo

Por fin salía de la cárcel.
Debía adelantar, despacio, un largo terraplén bajo el sol de mayo, y después, permanecer con inocencia de hombre libre en la parada hasta que llegara la guagua.
Los camiones, como si supieran que el caminante era un tipo marcado...
La conquista
Día domingo. Seis de la mañana. Despertó temprano gracias al canto del gallo. Desayunó una crepa y un vaso con leche. Cerró la puerta delantera con una tranca y salió por la portezuela del patio. Se dirigió al mercado, caminando lentamente, esquivando los escombros de los edificios derribados, disfrutando de la brisa matutina...
Después del baile

Lev Tolstoi
Rusia, 1828 - 1910
Cuento escrito en 1903 y publicado póstumamente en 1911.
Misa de gallo

Machado de Assis
Brasil, 1839 - 1908
Cuento publicado por primera vez en "La Semana" (Río de Janeiro, 1884).
Cristo viejo

El barrio era el último de la ciudad, casi expulsado de la imponente urbe, tal vez por lo pobre y precario. La marginación y escasez se les veía en el rostro a sus habitantes.
Después de Santa Teresita solo quedaba el llano pelado y la nopalera que, al igual que el barrio y sus habitantes...
El último pensamiento

Él todavía recuerda aquel bello cuerpo. Siempre ha dicho que una verdadera mujer no se mide por las curvas sinuosas de la tentación sino por las olas de sabiduría que afectan nuestra emoción.
Hace mucho tiempo estuvo prendado de una muchacha, pero...
Cara o cruz
Tiré la moneda y mi intriga quedó suspendida con ella. Dio varios giros y mientras veía sus destellos cuando la luz impactaba en su redondez, mi cabeza batía los pensamientos para que del bolillero mental saliera aquel llamado por la suerte...
El clavadista

Voy escalando para llegar a mi piedra. Esta pared ya la hice muchas veces, es que desde arriba del acantilado es más difícil acceder. Ahora que estoy subiendo, siento el sol picante en la espalda y la sal del mar. El comienzo del ascenso siempre me cuesta...
El zapallo que se hizo cosmos

Macedonio Fernández
Argentina, 1874 - 1952
El nieto que no era de Evangelina

Evangelina Barros, una mujer de edad sabia, cuerpo menudo y huesos simples, había empezado su día con el afán de buscar en las pequeñas tiendas del caserío, las cajas de cartón donde empacaría las cosas que se iba a llevar Adaniel, su hijo menor, en un viaje de ilusiones que realizaría...
Cinema Verité

“Los que sueñan de día,
mueren de noche”.
Un tornado instintivo le arrebató las ideas, la visión periférica, el aire cálido que se desplazaba perezoso desde el Atlántico y la música circundante de los pájaros de esa mañana. El mundo se había convertido, en un segundo, en una abstracción súbita, ajena, exterior...
Nunca, es tarde
Ahora debe estar frente al espejo, recién afeitado, secándose la calva y exagerando como siempre la colonia. Es una linda tarde de otoño y seguro piensa que menos mal y mira el reloj a cada rato ansiando la hora de ir a la plaza para sentarse en el mismo banco, con el bastón entre las piernas, a esperar el milagro cotidiano de la falda de campana tañida por recios badajos...
El récord

Ella solo sabe que quiere batir un récord. No importa cuál, pero necesita que su nombre aparezca en algún lado, aunque sea en un comentario perdido de una revista barrial. Una triste nota, apenas visible, escrita por un periodista aburrido que por carecer de material nuevo, y en un intento...
El cementerio

El hombre cavaba con cuidado. Más cuidado del que habitualmente tomaba.
Después de cincuenta y seis años trabajando en el cementerio, cavar le resultaba simplemente una rutina. Ahora demoraba más y los brazos no le respondían como antes...
La bailarina y el albornoz

Marujita Machín era bailarina. Cuando llegaba el verano se enrolaba en un ballet de danzas folclóricas que recorría la costa para entretener a los turistas. Por las noches, para las actuaciones, se engalanaba con ostentosos vestidos regionales: faldas redondas que resaltaban sus giros, vestidos entallados de telas sedosas con volantes que...
Vacío

Mientras lloraba, removía lentamente el cucharón de madera en el caldero. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas tratando en vano de sacar el dolor que sentía. Sus sueños acababan de desvanecerse minutos antes, cuando un te quiero se clavó en sus oídos.
Observaba vacía aquella olla...
Ablandando corazones

Maldito líquido viscoso ¡Qué fácil es olvidarte de todo! Tirarte al lodo y enjugar mil batallas de honor y acero, en nombre de tu única amada, tu madre patria. Cuando vuelves a casa, aquí tienes a tu esclava...