El faro
El Hesperus, barco encargado de llevar al faro provisiones y un relevo, debió retrasarse por las condiciones del tiempo y recién pudo hacerlo el día veintiséis.
Los tres fareros, mis compañeros, únicos habitantes de la isla y encargados del mantenimiento, habían desaparecido y no existía absolutamente ningún rastro de ellos. La familia que vivía en tierra y estaba encargada de comunicar cualquier anomalía que notara en la isla no había informado de nada, ni siquiera del apagón. Durante la investigación alegaron que alrededor del diez de diciembre una niebla espesa y situada con fijeza en el horizonte donde siempre visualizaban el faro, les había impedido cumplir con su función, no pensaron en algo fuera de lo natural dado el clima tan adverso de la zona.
Apenas pisé la isla y comencé a acercarme al faro y a la vivienda aledaña me empecé a sentir extraño, el aire estaba pesado, caminar era una tarea titánica, como andar en un lodazal. El silencio era atronador, no se oían ni los graznidos de las aves marinas tan abundantes en esa zona. Las ovejas y gallinas que criábamos para completar las provisiones que nos llegaban de tierra, habían desaparecido sin que quedara de estas últimas ni una sola pluma volando en el viento que, como remolino también silencioso, envolvía todo incluyéndome.
Al avanzar más pude escuchar un golpeteo cadencioso e inquietante que solo identifiqué al llegar a la casa y comprobar que era la puerta de la cocina, todas las demás, incluida la del faro estaban cerradas.
No sé de dónde pude sacar coraje para continuar porque en realidad hubiera querido volver corriendo al bote y huir de ese lugar que ya se me antojaba siniestro. Pero, agradecido por no haber sido uno de los tres hombres y por el aprecio que les tenía, continué. No pude hallar el equipo de banderas con las cuales informábamos a tierra si teníamos alguna dificultad. Dentro de la casa todo parecía estar bien, incluso la mesa estaba dispuesta como para servir la comida con los utensilios en perfecto orden. Solo dos detalles llamaron inevitablemente mi atención: una silla caída y dos relojes de pared detenidos a la misma hora: 7.36 PM.
En el dormitorio nada digno de mención, la ropa bien acomodada y las camas tendidas con prolijidad.
Pero un olor penetrante parecido al del amoníaco flotaba como si unas partículas del mismo dieran densidad al aire. Y todos los ambientes eran ominosos, tuve la fantasía de que en cualquier momento las paredes podían comenzar a acercarse presionando mi cuerpo hasta hacerlo estallar, como si la casa tuviera vida y fuera mi enemiga.
Del cuarto que usábamos como oficina, me apuré a tomar el cuaderno en el que se debía registrar diariamente lo que acontecía y salí de allí sintiendo que ya no podía respirar.
Al dirigirme a la entrada del faro, pasé por el huerto que permanecía intacto, misteriosamente bien cuidado y, habiendo sido yo el que lo realicé e instruí a mis compañeros en esa actividad, pude observar, casi espantado, lo más llamativo: los vegetales que esperábamos cosechar entre el quince y el veinticinco de diciembre habían sido cosechados.
En cuanto al faro lo ocurrido también fue inexplicable ya que se hallaba sin desperfectos y con combustible suficiente, pese a lo cual no encendía. Dentro de él el aire no estaba tan enrarecido pero me sentía observado.
Salí lo más rápido que pude y al recorrer por segunda vez toda la zona buscando algo que me diera una pista de lo ocurrido, incluso con el temor de hallar los cadáveres de mis compañeros, solo pude observar que el cabestrante de la grúa estaba tirado y la caja para guardarlo había desaparecido. La grúa caída, había destrozado la pared del galpón donde se guardaban las herramientas que también habían desaparecido.
Volví a tierra, pasé el informe que en realidad no aportaba nada que pudiera servir, y ya tranquilo en mi casa me dispongo a leer el registro diario que no mencioné en dicho informe, no podría explicar el motivo que me impulsó a callar, quizás fue un presentimiento, una intuición… no lo sé.
“13 de diciembre de 1900
14 de diciembre de 1900
Ninguna novedad hasta el atardecer en el que volvimos a sentirnos raros, no llueve y pese a que son días de luna llena, por momentos la oscuridad es absoluta, y entonces la casa es rodeada por luces de colores que, como rayos caídos del cielo, aparecen y desaparecen inmediatamente, un viento arremolinado provocó la caída de varios objetos y la rotura de las persianas que protegen nuestras ventanas, con espanto hemos visto elevarse y desaparecer a nuestros animales que ya se hallaban inquietos, como cuando presienten un terremoto. No podemos distinguir si se trata de un tornado o de algo sobrenatural, solo atinamos a seguir rezando.
15 de diciembre de 1900
He decidido renunciar a mi puesto de farero y eliminar estos testimonios, creo que es mejor dejar para siempre la incógnita sobre la desaparición de mis compañeros y amigos.
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