Cronos
Sus pies tocan el piso con un ritmo lento para dar el envión a la silla hamaca de su abuela que había heredado su madre, y después ella.
No puede aprovechar ese movimiento para desprenderse de la butaca, que a esta altura se encuentra en íntima unión con su cuerpo, como un jinete con su caballo en maridaje perfecto. Pero en este caso, ambos están detenidos en el espacio y en el tiempo y no pueden recorrer las verdes praderas, ni siquiera en la imaginación.
A través de la ventana observa cómo el sol fue desalojado del cielo por una luna preñada que inunda con su blancura las paredes de la casa.
Los ojos cansados por tantas horas de bordado, ahora están contentos con ese espectáculo, ya no tienen que esforzarse. Y aunque en el fondo quieren ver otras escenas más humanas, quien los tiene en su rostro, no se los permite.
Ha terminado su día y no tuvo oportunidades, ni sorpresas, ni visitas.
Deja el bordado dispuesto sobre la mesa y se dirige con su cuerpo de metal a la habitación, dado que en su mente está trazada la única asociación posible con la noche: el descanso.
Así, una vez más, decide entregarse al sueño, aunque de ningún modo a los sueños.
Horas después la moneda dorada filtra su luz por los rincones de su cuarto e inaugura un nuevo día.
Tal vez la única medida del tiempo en ella sea la marca natural de la sucesión de días y noches y el progreso en su bordado.
Del mismo modo que ocurre con la realidad, es posible que el tiempo lo cree cada uno y aunque haya marcas tangibles del devenir, se terminan imponiendo las propias sensaciones que se tienen sobre él.
De nuevo en la butaca, que parece un péndulo, precipita su existencia en ella para repetir la misma rutina, cumpliendo un nuevo ciclo.
¿Acaso el tiempo dobla en las esquinas para que los acontecimientos se encuentren en el mismo punto al dar vuelta la manzana?
Apoya una vez más el bastidor en su regazo para bordar una parte de la enorme manta que se estrella en el piso y que lo cubre por varios metros.
Una enorme flor, bordada con hilos sedosos de varios colores es la meta de cada día.
La silla, su flor y del otro lado el abismo, o tal vez sería más indicado decir, la nada misma.
Un día terminó de bordar la manta y comprobó, sin sorprenderse, que el antiguo reloj que estaba frente a ella y en sincronicidad perfecta con su bordado, detuvo el movimiento de sus agujas para siempre.
Bueno, los hilos del tiempo tejen nuestras vidas de principio a fin.
Gracias Fernando por tus comentarios! Saludos.
Excelente Pat!
Un gusto leerte.
Hola César, ¡gracias! ¡Qué gusto saber de vos! Un abrazo grande.
Excelente relato y un final con broche de oro.
Felicitaciones!!
Gracias Fernanda, ¡siempre con tus comentarios alentadores! Saludos.