Crónica de un viaje
El estruendoso silbato del tren anuncia la antesala de la partida. Un joven recorre los andenes con el manojo de periódicos dispuestos para la venta bajo el brazo derecho, mientras que con el izquierdo, agita frenéticamente el ejemplar del día. Preocupado por acabar con el fajo, no se ha dado cuenta del leve empujón que acaba de proporcionar al caballero que estaba dispuesto a abordar; y que, ahora, por una minúscula causalidad de la vida, ha extraviado el boleto.
La señorita de vestido amplio da un paso adelante y el pequeño pedazo de papel queda oculto bajo su enorme falda. No lo ha hecho a propósito, ni siquiera se ha dado cuenta, pues permanece totalmente absorta, despidiendo con el movimiento de su pañuelo a un pasajero quien, a juzgar por cómo le mira, debe tratarse de un ser muy querido. Este se asoma por la ventana para recibir la caricia a distancia. Gesto de amor que le es entregado por la ola de un mar invisible, revuelto a causa de las ondulaciones de aquel fino pedazo de tela; el mismo que enseguida acaba cumpliendo un destino menos poético, en la punta de la respingada nariz. Ella se enjuga las lágrimas intentando calmar el llanto entre sollozos, al tiempo que se da la vuelta y provoca una nueva oleada invisible, arrastrando mar adentro el papelillo.
En la sala de espera algo cae al piso en cámara lenta, de modo casi ingrávido... y los tenues lamentos de la señorita de amplio vestido, pronto se ven opacados entre el cuchicheo de un grupo de señoras de elegantes sombreros que parlotean a su lado. Posiblemente mujeres de la alta sociedad a quienes sus maridos, ocupados gerentes de algún banco, en retribución de la ausencia, les han regalado un opulento viaje de vacaciones. Se ensalzan la una a la otra las prendas, muestras de la mejor moda parisina, que llevan puestas. Apenas prestan atención a los infantes que las acompañan. Uno de los niños juega dando brinquitos en el piso y la extraña fortuna dispone que el ticket acabe prendido a la suela de su lustroso zapato de charol. Con una mano toma a su madre que no para de hablar y con la otra, sujeta un hilo cuyo extremo le une del lado contrario, a un simpático globo. El pequeño brinca de nuevo. En su mente es un gigante que escala enormes montañas. El gigante trastabilla... y en el intento de no perder el equilibrio, la manita se abre, el hilo resbala, una carita se aflige y el globo queda en repentina libertad.
Otra mano entra en escena estirándose para alcanzar al fugitivo que casi se escapa. El niño sonríe. El héroe, un vagabundo indigente que deambula por la estación, se agacha y devuelve el juguete a su dueño. Su madre lo jala, ambos se marchan y el boleto, que se ha desprendido del calzado, llega a su destino al quedar descubierto, frente a él, sobre el suelo que precede a la entrada del siguiente vagón.
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Etiquetas: Eréndira, Aventura, Fantástico
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